domingo, 27 de febrero de 2022

Sobre el ego

En muchos sistemas de espiritualidad así como en algunas artes marciales se ha entablado una guerra con el "ego" bastante irracional y equivocada, basada en una falsa concepción.


El ego no es otra cosa que la imagen que tenemos de nosotros mismos. Es una idea, una interpretación, una construcción basada en la forma en que nos percibimos a nosotros mismos, nuestras capacidades, nuestras habilidades, nuestras debilidades, nuestras limitaciones, etc.


Como tal, todos tenemos, tuvimos y seguiremos teniendo un ego. Incluso aquellos que "se han liberado" del ego tienen una autoimagen, un ego, que, justamente, refleja la percepción de sí mismos como personas liberadas del ego y que les ayuda justamente a controlar las enfermedades del ego.


Existen, como tal y de manera evidente, dos enfermedades del ego: aquella que se da por exceso de ego y la que se da por falta de ego.


La enfermedad por exceso de ego es la más conocida y aquella que quieren combatir estos sistemas espirituales, lo cual es un trabajo muy importante. A esta enfermedad se le suele conocer con nombres como soberbia, altivez, arrogancia, vanidad, narcicismo, entre otras. Consiste en tener una imagen alterada de uno mismo en la cual exageramos nuestros rasgos positivos y reducimos (incluso hasta desaparecer) los negativos, generando una idea de nosotros mismos de superioridad absoluta sobre los demás que resulta falsa.


Pero también existe la enfermedad por falta de ego, pocas veces mencionada y que conocemos con el nombre de baja autoestima u otras menos conocidas como el síndrome del impostor. Esta consiste en tener una imagen de uno mismo donde se exageran los rasgos negativos como las debilidades, los miedos o las limitaciones y se reducen (a veces hasta desaparecer) los rasgos positivos.


Un ego sano y fuerte, saludable, es un ego equilibrado, una imagen que uno mismo tiene de sí que coincide lo más objetivamente posible con quienes somos realmente. Es una imagen que logra formarse reconociendo nuestros rasgos negativos como debilidades, miedos, limitaciones, etc.(mucha gente llama a esto humildad) pero también, y muy importante, nuestros rasgos positivos como fortalezas, habilidades, dones, saberes, etc. 


Todos tenemos distintos equilibrios entre rasgos positivos y negativos y, ciertamente, algunas personas tienen más rasgos negativos que positivos, ellos tienen que trabajar en mejorar esa parte para lograr un equilibrio. Pero también es verdad que hay personas que tienen más rasgos positivos que negativos o cuyos rasgos positivos son están más desarrollados que en otras personas: son más inteligentes, más hábiles, más eruditos, que otros. No reconocerlo es también una enfermedad del ego, si bien no llega al nivel de la baja autoestima, negarlo implica negarse a aceptar cómo somos realmente. ¡No temas aceptar lo que eres ni en qué eres bueno! Aceptarlo es parte del proceso de autoconocimiento y de autoreconocimiento.


Hay gente con mucho conocimiento o habilidad que intenta "verse" humilde diciendo cosas como "no, yo sólo soy uno más" o "yo no debería estar aquí, cualquiera puede hacer lo mismo". Si esta percepción es honesta podríamos estar ante un caso de síndrome del impostor, pero en muchas ocasiones esta "modestia" no es más que un reflejo de una vanidad hipócrita, se trata de personas que buscan el reconocimiento y lo logran haciendo creer que no les interesa, que no les gusta tener reconocimiento, etc. Al decir "no lo merezco" la gente insiste en darle reconocimiento: "sí, claro que te lo mereces" y esto infla el ego (la autoimagen) de esas personas que es lo que buscan. Nadie responde con un "tienes razón, no te lo mereces", por lo que lo que estas personas buscan lo consiguen.


Un ego sano, equilibrado, tiene que aprender a reconocer aquellos aspectos positivos de nosotros mismos, es decir, aceptar plenamente, sin miedo, aquellas cosas para las que somos buenos. El ego enfermo transfiere la idea de ser bueno en algo a la idea de ser superior en todo. El ego sano reconoce con claridad aquello en lo que somos buenos, reconociendo por ende que si bien podemos ser superiores en ello, fuera de los límites de eso somos igual o peor que los demás.


No hay nada de malo en un deportista que dice "soy el mejor en mi deporte" (si realmente lo es), no es una enfermedad del ego reconocerlo. Pero si dice "soy el mejor" así en absoluto o cree que por ser bueno en un deporte es bueno en todo lo que hace (y entonces se dedica a dar opiniones sobre salud, política, economía, arte y demás cosas fuera de su área) entonces sí tiene una enfermedad del ego (a menos, claro que también sea experto en esas áreas, lo cual es casi siempre imposible).


Por eso, hoy como siempre, aquella frase a la entrada del oráculo de Delfos es tan importante: γνώθι σαυτόν - conócete a ti mismo.


Para tener un ego sano, equilibrado, fuerte necesitamos conocernos a nosotros mismos de la mejor y más objetiva manera posible. Para ello requerimos comparar nuestra propia imagen (altamente subjetiva) con la imagen que los demás tienen de nosotros (también subjetiva pero al ser más diversa muestra rasgos reales de nuestra personalidad). Por eso requerimos el reconocimiento de los otros: premios, trofeos, diplomas, felicitaciones, pero también llamadas de atención, molestias, incluso enemigos nos muestran elementos de nuestra personalidad que debemos considerar.


De igual manera necesitamos evidencia objetiva de lo que sabemos o somos capaces de hacer, ponernos a prueba. Si queremos conocer nuestra inteligencia o conocimiento sobre algo necesitamos que nos pregunten, hacer crucigramas, jugar maratón, ver programas de trivia, presentar exámenes, etc. Si pensamos que somos hábiles en algo debemos ejecutarlo y observar los resultados y compararlos con aquellos de otras personas que hacen lo mismo. Ponernos a prueba revela nuestras fortalezas y debilidades.


Muchos jóvenes entran a practicar artes marciales porque tienen baja autoestima, miedo, porque son víctimas de acoso o violencia y necesitan fortalecer su ego para sobrellevar o enfrentar esta situación. A ellos hay que subirles el ego, requieren sentir y registrar objetivamente sus logros y saber que van creciendo. Necesitan obtener grados, ganar torneos, etc. Necesitan saber qué son capaces de hacer más cosas de las que creen. Pero hay que cuidarse de no inflar el ego demasiado y hacerlos creer que pueden hacer cosas que no pueden realmente hacer.


Las artes marciales no deben ser, entonces, una lucha contra el ego sino una lucha contra las enfermedades del ego: la enfermedad por exceso y la enfermedad por carencia de ego. 

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